Cerré los ojos tan solo por un instante, podía escuchar su respiración sonando justo a mi lado. Sonreí.
¿Qué más se puede esperar de la vida?
Sus brazos me rodeaban, llamémoslo: seguridad. Sosteniéndome de caer en aquel vacío donde permanecí durante un período bastante amplio. Ya no.
“Estoy a salvo”, dije. Su iris dibujaba una flor cálida, que alimentaba, que vivía. En mis ojos en cambio se reflejaba una explosión, pero no una cualquiera, sino la de una estrella a 149'6 millones de kilómetros de aquí. Me seguían, como si hubieran sido creados para ello.
Se cerraron mientras sus labios se arqueban esbozando una sonrisa con la que cierro este post.